Cuentan las calles de una ciudad. Donde Edú llevaba días pasando por la misma ruta caminando, pero cada vez se le observaba ensimismado. Su rostro, cabizbajo, era un grito de silencio pidiendo ayuda. Ayuda para saber que le estaba pasando, como poder encontrar la respuesta del momento que estaba viviendo. Con cada paso ya sea de ida o de vuelta, eran cómplices de que sus intentos por salir del paso habían sido infructuoso.
Un día de esos que no se diferencia en que día es, solo se sabe que hay que trabajar y volver para dormir para repetir la rutina al día siguiente, aparece un extraño con el cual tropieza. Molesto por la interrupción de su andar, habla mientras levanta la vista y enmudeció al ver que le responden con una sonrisa, de las que uno ve en quien te conoce y te quiere de verdad. Desconcertado, sigue viendo a aquel hombre de ojos luminosos, pelo cortado muy corto, era bajo y vestía curiosos atuendos de color burdeos con un bolsito picarón, del cual salían misteriosas cosas como inciensos, hilos con colores, unas tarjetitas con imágenes de buda en cinco colores.
Edú no pudo más que sonreír a quien sentía ya tan familiar que dejó de verlo como un extraño y continuaron sobre una ruta distinta hablando en inglés.
Desde ese día Edú camina con propósitos en su vida, cada ida y vuelta de su gastada ruta, había un mantra distinto que vibraba contagiando a cada ser que por ahí pasaba.
Se dice que en ese encuentro había sido con un lama. Quien le explicó que cuando uno esta afligido, cuando lo que se esta viviendo pareciera sin salida y no se sabe que hacer, la respuesta esta en nosotros y desde nosotros. Que querer saber el futuro por diversos medios no conduce a una solución real. Hay que hacer el ejercicio de comprender lo que realmente nos sucede y eso, nadie puede trabajarlo mas que uno mismo.
Es así, como ha sido y es en la cultura tibetana surge el MO. Denominativo genérico a todo tipo de oráculos de crecimiento con conciencia.
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