sábado, 1 de mayo de 2010

El Maestro de los Tres Picos


Chang San Fong, el Maestro de los Tres Picos, tenía una estatura alta, un cuerpo esbelto y una constitución robusta que le daban un aspecto temible. Su cara, a la vez redonda y cuadrada, estaba acicalada con una barba erizada parecida a un bosque de alabardas. En la cima de su cráneo se erguía un moño espeso. Pero si su aspecto era impresionante, su mirada expresaba una dulce tranquilidad, con un brillo de bondad. 
Tanto en invierno como en verano llevaba una túnica fabricada en una sola pieza de bambúes trenzados y a menudo se le veía con un caza-moscas hecho con crin de caballo. 
Sediento de conocimientos, pasó la mayor parte de su vida peregrinando por las vertientes de los montes Sen-Tchuan, Chansi y Hué-Pé. Continuamente visitaba los altos lugares del taoísmo, yendo de monasterio en monasterio, residiendo en estos santuarios y templos que las pendientes escarpadas de la montaña volvían difícilmente accesibles. Muy pronto fue iniciado por los Maestros taoístas en la práctica de la meditación. Por todas partes por donde pasaba estudiaba los libros sagrados e interrogaba sin descanso los misterios del Universo. 
Un día, después de largas horas de meditación en silencio, oyó un canto maravilloso, sobrenatural... 
Observando alrededor de sí, vio sobre la rama de un árbol un pájaro que miraba atentamente al suelo. Al pie del árbol, una serpiente erguía su cabeza hacia el cielo. Las miradas del pájaro y del reptil se encontraron y se enfrentaron... De pronto, el pájaro cayó en picado sobre la serpiente, lanzando gritos penetrantes y atacó furiosamente a arañazos y picotazos. La serpiente, ondulante y fluida, esquivó hábilmente los violentos ataques de su agresor. Este último, agotado por sus esfuerzos ineficaces, volvió a la rama para recuperar sus fuerzas. Al cabo de un momento se lanzó de nuevo al asalto. La serpiente continuó su danza circular que poco a poco se transformó en una espiral impetuosa de energía que la hizo inatrapable. 
La leyenda nos dice que Chang San Fong se inspiró en esta visión para crear el wu-tang-paï, el estilo de la “mano flexible” que perfeccionado por generaciones de taoístas, se convirtió en el tai chi chuan. 
Por eso los movimientos del tai chi chuan no tienen ni comienzo ni fin. Se desenvuelven suavemente como el hilo de seda de un capullo, fluyen sin interrupción como las aguas del río Yang-Tsé. 

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